Viaje sensorial en la Superilla I
Con un denso manto del algodón más blanco en la bóveda del mundo, tomo asiento en un banco vacío de la esquina más bonita de mi barrio. La blancura del cielo parece abrazar todo a su alrededor y crea la sensación de un ambiente sereno. Cuando me mudé, la construcción aún estaba en marcha y el polvo en el aire dificultaba imaginar cómo sería este lugar. Sin embargo, ahora que la obra está concluida, se ha transformado en una auténtica delicia. Es la intersección de dos grandes vías, casi peatonales al completo, y en el centro se distingue regia la famosa superilla, un proyecto urbanístico de la saliente alcalde, que no lleva ni seis meses inaugurado y ya han presentado un recurso para desmantelarle. Es preciso disfrutarle. Y mientras la suave tarde cae sobre los edificios del costado los vecinos inundan sus calles.
El paso lento de varias parejas de enamorados, con manos entrelazadas y sonrisas cómplices, junto con aquellos que hacen ejercicio o pasean alegres a sus perros, revela que es un día de asueto. Las banderas catalanas indican que no es cualquier feriado. Hoy, justo cuando se me ha metido en la cabeza sentarme y contemplar el barrio, la capital catalana celebra su día con gran entusiasmo. Los habitantes se visten con los colores de las barras amarillas y rojas de la señera, sin olvidar la estrella sobre azul que aboga por la independencia. Desde jóvenes hasta ancianos pasean orondos y gozosos sin un destino aparente. Esta costumbre europea de caminar a ningún lado me resulta cada vez más entrañable, más familiar y excitante.
Observo a todos lados la vida. Distingo más idiomas que en una cumbre de las Antillas: catalán, castellano, inglés y lo que suena como a chino, se entrelazan entre susurros suaves y sonrisas. Me llama la atención un imponente perro que camina junto a su dueño. La magnitud de la criatura es impresionante; su cabeza roza el hombro de su amo sin apenas esfuerzo, incluso con las cuatro patas en el suelo. A pesar de su gran tamaño, el perro parece bonachón y aun así no puedo evitar que una risilla se me cuele en el pensamiento al imaginar a este soberbio animal hacer sus necesidades en cualquier momento.
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