Viaje sensorial en la Superilla II
Volvamos a las cosas bonitas, porque es interesante no perder de vista cómo las personas en la vía expresan su estilo personal a través de la moda. Las señoras, con una elegancia que emana de la experiencia, seleccionan con precisión sus conjuntos y se aseguran de que cada detalle, desde sus sandalias hasta sus carteras, combine a la perfección. Por otro lado, las jóvenes se deslizan por el espacio con un estilo audaz y desenfadado. Cuanto más desajustadas vayan en términos de colores y patrones, más parece que se sienten realizadas. Se deleitan en la libertad de la autenticidad, sin preocuparse demasiado por las reglas de la moda convencional.
Todos se saludan y se despiden de la misma manera. Bona tarda, bona diada. Sin duda, es un día especial. El sol brilla con intensidad ahora, y sus rayos comienzan a acariciar las partes de mi piel descubierta. A pesar de no ser una amante del astro rey, deseo absorber estos últimos destellos del verano mediterráneo antes de que la humedad llene los días y noches con las ansiadas lluvias otoñales.
De repente, descubro a otro compañero que se esconde detrás de una libreta, observa su entorno con curiosidad, no muy diferente de cómo lo hago yo. El perro gigante pasa una vez más y me trae a memoria la risilla insurrecta. También nos acompaña un fotógrafo, es mayor y camina confiado, es claro que trabaja en algún medio aunque no se pueda distinguir en su chaleco color camel. Toma fotos de la gente, de las banderas atadas al cuello, de los letreros en los balcones que protestan silentes, de los perros que orinan aquí y allá, arbitrariamente.